lunes, 30 de abril de 2012

Memorias de un Superviviente



Hace ya un año que todo se fue a la mierda.
Los terremotos asolaron la superficie, devastando las ciudades. No tardaron en llegar los tsunamis, dejando arrasadas las zonas costeras.

Fue entonces cuando los gobiernos comenzaron a comportarse como capullos. Los saqueos de recursos a países tercermundistas apenas paliaron las hambrunas. Muchos países comenzaron a ver el estado policial como una respuesta efectiva a las protestas violentas de esos “hippies” que protestaban contra el expolio.

Poco a poco, la falta de comida y combustible volvió loca a la gente, y las barricadas, las manifestaciones y los incendios a los edificios públicos se convirtieron en el pan de cada día.
Pero todavía faltaba por llegar lo peor. Un día a uno de esos locos del turbante le dio por apretar el botón rojo. Antes de que el misil tocase el suelo, decenas de bombas atómicas cruzaban el cielo. La Guerra Nuclear fue corta. En menos de un mes las grandes capitales habían caído.


Pillajes, Guerras Civiles, embarazadas y niños asesinados bajo el crudo resplandor verdoso. A la mayoría de la población se le cayó el pelo y los dientes. Después llegaron los tumores, las quemaduras, los recién nacidos deformes; decir que se diezmó la población sería ser esperanzador. 

Solo sobrevivimos unos cuantos, quien sabe el porqué. Una vez me encontré a un viejo con bata, lleno de bultos y con la cara medio quemada que me lo intentó explicar. Algo así como un gen protector en el ADN o alguna fumada digna de Spiderman o el Increíble Hulk. Que importa eso. Los pobres diablos que resistimos tuvimos que aprender a sobrevivir.


Yo siempre me había considerado un “tipo duro”. Había crecido en un barrio lleno de bandas donde los tiroteos no eran habituales, pero tampoco desconocidos, pero aun así, nadie habría estado preparado para lo que viví.
Vi a mis hermanos quedarse calvos y desnutridos hasta que murieron. Mi madre se volvió loca y se colgó un día del ventilador; mi padre le siguió volándose la tapa de los sesos.
Respecto a Eva… prefiero no recordar el día que se fue de casa. Supongo que se cansó de verme llorar por las esquinas, de abrir las cortinas para que entrara el resplandor cenizo del cielo cubierto por la contaminación o de apartar con los pies las botellas vacías que yo dejaba tiradas por el suelo de casa. Si hubiese sabido que se iba a marchar… si la sombra del alcohol no me hubiese impedido ver como crecía su desprecio en sus ojos marrones… 

Cuando piensas en el Apocalipsis Nuclear tiendes a fantasear con Mutantes, Zombies, Vampiros y Superpoderes. La realidad era el hambre, la enfermedad y el cáncer, aunque sí que surgió algún que otro monstruo. Sin gobierno, las bandas comenzaron a controlar el área a toda costa, aunque corriera la sangre por los desagües. Entre ser un esclavo o un cabrón esclavista, decidí huir.



No tardé en aprender por mi mismo que la diferencia entre la vida y la muerte residía en cumplir unas cuantas normas.
La primera: No utilizar las carreteras. Se plagaron de bandoleros sin escrúpulos montados en motos de gran cilindrada y todoterrenos. Ellos controlan la gasolina y los peajes a las ciudades.
Como segunda lección, huir de las grandes ciudades, donde se agolpan las enfermedades y las sociedades corruptas.
La tercera regla es sencilla; ve armado hasta los dientes. Puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Cuarta lección: viaja SIEMPRE solo. Un compañero es otra boca que alimentar, un ruido incesante y una responsabilidad. ¿Compañerismo? ¿Piedad? ¿Amistad? El invierno nuclear no tiene en cuenta ninguno de esos cuentos de hada.
Y la quinta regla y más importante… se un carroñero. Aprovéchalo todo, recicla, construye. Llénate las manos de mierda y sangre si con ello consigues algo de comida con el que tus tripas se callen un día más. 

Algunos me llaman basurero, ladrón, proscrito, animal antisocial, hiena… cuando solo soy la verdadera cara del ser humano, sin maquillaje, sin mentiras. 
Solo soy un superviviente. Un antihéroe. Un hombre, un reflejo de la humanidad… o de lo que queda de ella.


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