martes, 19 de enero de 2010

Cuento de Invierno

Los pétalos de jazmín caían sobre el lago mientras Edelweiss lloraba.
Sus cabellos rojos como las entrañas de una granada caían mojados sobre su espalda hasta hundirse suavemente en las aguas calmadas. Los lotos frescos besaban la piel nivea de la ninfa, las algas acariciaban sus pechos desnudos y el viento cálido comenzó a susurrar su nombre...
"Edelweiss, Edelweiss...."
Ay, ¿qué tristeza corrompía su felicidad faérica?
Edelweiss, flor de invierno marchitandose en primavera, pues no había escarcha en sus labios pálidos ni perlas de nieve en sus pestañas; la Reina nacida en lagos de cristal había perdido gota a gota su corona de hielo en un manar de lágrimas frias que se habían escurrido por su frente hasta fundirse con el agua.

-Edelweiss, dama glaciar, ¿por qué no estás durmiendo en primavera?_ susurró Zephyrus, viento del sur en su oido.

Y alzando la voz entonó una melodía tan triste que congelaba el alma de quien la oía.

-Danzaba sobre las aguas congeladas de mi reino cuando oí una canción que provenía del bosque. Curiosa, me adentré entre los árboles dormidos abrazando su corteza llena de nieve. Me observé en cada carambano de hielo y bailé con mi reflejo, siempre al ritmo de las alegres notas...hasta que lo encontré. Estaba sentado sobre una rama tocando una flauta siringa. Los ojos le brillaron al verme...
"-¿Qué te trae por aquí, ninfa hermosa?"
"-Fue tu melodía. Me llamaste"
"-Te llamé para contemplar con mis propios ojos si era cierta la leyenda... y parece ser, ya que tu belleza es tan pura que me has helado el corazón. Baila para mi, princesa de las Nieves."
... yo bailé durante el día y su noche, y aún vi otro amanecer mientras el Dios de los faunos tocaba su melodía y marcaba el ritmo con sus pezuñas. Y mientras la luna de la segunda jornada lamía mis hombros con sus rayos pálidos, él me tomó del talle y me besó"

-¡Ay, pobre de tí Edelweiss, ninfa de los inviernos! ¿Qué pasó entonces?

Edelweiss ahuecó entonces las manos y las colocó junto a sus orejas intentando captar un sonido lejano.

-Escucha Espíritu del Viento, ¿qué oyes?

-Oigo un susurro lejano de pies danzantes, mas noto la vibración de una flauta en la profundidad del bosque en cada parte de mi ser.

-Acompañame entonces.

Así lo hizo el anemoi, y la ninfa era frágil y quebradiza.

Caminaron sobre la hierba verde y entre las ramas floridas del naranjo y el limonero. Edelweiss lloraba por cada rastro de liquen muerto y besaba el seco musgo invernal de las cortezas.
Llegaron a un claro donde las viñas habían trepado por los árboles descolgandose y tapiandolos con hojas grandes y verdes.

Allí estaba el cortejo de Dionisio bebiendo vino rojo y comiendo todo tipo de manjares.
Sobre una roca el fauno Pan tocaba la flauta mientras Perséfone, la de blancos brazos y en el futuro novia de Hades tejía una corona de flores a su lado.

La música cesó.

-Edelweiss, Reina de los Glaciares, ¿qué haces en mi aquelarre de primavera? ¿Por qué no reposas entre las nieves del Parnaso hasta que las plantas se marchiten y mueran?

-Pan, sirviente de Dionisio, no vengo más que buscando la tersura de tus labios.

-Ay, ninfa trastornada, ¡vuelve a tu hogar! Ahora son los brazos de Perséfone quienes me abrazan por la noche. Duerme, duerme. No hay lugar en mi corazón para tí en esta estación.

Tras estas palabras un viento huracanado comenzó a soplar entre las hojas. Edelweiss moría con el corazón roto entre los brazos etéreos de Zephyrus mientras los alaridos de tristeza del anemoi barrían los últimos trazos del invierno trayendo consigo la primavera.

Y así, en cada estación surge la pasión entre una ninfa y un fauno, y es el llanto del anemoi quien despierta a una nueva amante.
Así ha sido por lo largo de los siglos y siempre seguirá siendolo.



Edito para incluir el comentario con el que me ha agraciado Magnus Volovan. Gracias por leerme y por escribir cosas tan bonitas como estas. Todo lo que viene a continuación ha salido de su puño.


Oh! dulce Edelweiss,
no olvides tu manto,
cuando se aleje el invierno,
y te vayas al Parnaso.

Ser Inmortal de las nieves,
busca allí donde Apolo,
y reclama en el este,
a tu viejo aliado,
viento indeciso y errante,
aquel ausente de pasiones,
como el hielo quebradizo,
de tus amores.

Musas del eterno redescubrimiento,
mostrarle la solución a su lamento,
ya basta de carámbanos y heladas,
es hora de la triple jugada.

Encomendada a Paralda,
caudillo de los susurrantes Silfos,
se te indicará el camino,
allí donde los ancianos robles dan el sagrado cobijo,
la fuente amatista de eterno fluir será también tu aliada,
baila, baila, baila,
dulce ninfa congelada,
no olvides la melodía,
que por aquel fauno fue tocada,
baila, baila, baila,
lamentos la corriente se lleva
gira, gira, gira,
fluyendo por donde todo empieza,
eternamente efímera,
apenas perpetua,
aprovecha el cambio,
por siempre renovación,
estación tras estación,
pudiéndo ser la próxima ,
en la que el fauno te evoque,
para que por su amor seas embriagada,
y en sus brazos te arrope,
del frío invierno que ahora te sobrecoge.

Visitas y Sueños

Invierno frio, cruel,
noches de bruma ensoñadora,
retazos de cuerpos marchitos.
Regalos ardiendo en la chimenea,
jeringuillas y porquería en la alacena...
Un cuadro roto en la estantería,
colillas rancias en el cenicero de cristal.
Y tu, nene, no estás.
Me roe el tiempo y la desidia,
los cuerpos de ratas secas se amontonan alrededor del esqueleto de mi mecedora.
Enciendo un cigarrillo y miro con miedo el fuego,
dejando que se consuma, llenando mi piel acartonada
de aroma a nicotina.
Estoy más muerto que nunca.
El pelo rubio de una momia descansa a mi lado, mis cabellos (los que quedan) apenas son mechones cenicientos.
Las polillas vuelan a mi alrededor alimentandose de mis ropajes y de jirones de piel... ah... no importaba. Solo el sol podría roerme los huesos a esta altura.

Y apareces tú, como en una ensoñación. Debo de estar alucinando de nuevo.
Ay, ojalá pudiese arrancarme los oidos para dejar de oir los gritos de esa niña.
Ay, ojalá fueses real.
Mi Louis... mi eterno amor...
Pero, ¿realmente ha sido un sueño? Parecías tan real, mi conversación fue tan nítida. Tu aroma a sangre envejeciendo en tu pellejo parecía de verdad.

Estoy cansado. Escarbo en la tierra del cementerio, quiero dormir. Hasta pronto, Nueva Orleans, el sonido de un viejo violín aún resuena en mis pensamientos, como el espectro de una novia difunta.
Nos veremos dentro de unos años.



Lestat, oh, ¡Lestat! Un relato dedicado al principe de los Vampiros.
Y a tí también, niño, recuerdo difuminado de hombre... ¿por qué sigues ahí cuando yo ya he muerto?

Una novia especial

Me gustaba el aroma a manzana que desprendía su pelo esa noche, y la pequeña sombra que proyectaba su clavicula en la piel. Era preciosa.
Tenía los labios pintados de rojo vino y las pestañas rizadas y negras. Con cada pestañeo mi mundo se venía abajo, lo aseguro.
El cabello estaba recogido con una cinta de raso color azabache, contrastando con la blancura de su piel, dos mechones rubio platino caían en un tirabuzón sin fin.
Juro que esa noche los rayos de luna que entraban por la vidriera se esmeraron en iluminarla.

Subía el pecho blanco con cada inspiración, y yo solo quería perderme entre la tersura de su dermis, besarle el lunar que graciosamente se posaba en la curva de sus encantos.
Quería abrazarla contra mis pechos, porque aquella noche hasta esa simple puta me parecía una reina.
Y sin reparos, mis labios de mujer besaron los suyos mientras mis manos blancas acariciaban sus caderas reducidas por el corsé.

La tumbé sobre el sofá de terciopelo rojo, ella cerró los ojos y abrió su boca ligeramente para tomar aire.
No importaba ya, mi joven amante yacía acalorada por mis atenciones. Realmente ya no le importaba siquiera que goterones de sangre oscura chorrearan desde su cuello empapando su corsé de encaje.
Me encontraba pues lamiendo con deseo su alma en forma de rojas y calientes gotas , clavando mis colmillos en su pecho, justo al lado del lunar que tanto me había gustado.
Y ella seguía en éxtasis, con su tocado empolvado y sus cintas de raso, con sus tirabuzones rozandome la frente y sus uñas nacaradas agarradas sin fuerza a mis cabellos.

Poco a poco, su corazón se aceleraba y su respiración se agitaba más y más.
"¿Me amas?"._ le preguntaba entre sorbo y sorbo, con la camisa empapada._ "¿Acaso no me quieres? Apresurate entonces"

Ay, el embrujo, el amor me place, y esa mujer de alegre vida estaba a punto de convertirse en lo que yo más amaba, la transformación llegaría de un momento a otro y debía estar preparada. La tomé del talle y mordí sus labios.

Y por fin apareció tras un trago más largo de lo normal como si de un suspiro se tratase... lenta y orgullosa, mi dama preferida, mi novia...

Querida muerte, ¡como te amo!


Adios muerte, adios... hasta la próxima noche, tu amante se despide.

Nuclear

Caminé despacio sobre los frangmentos de mi casa.
Todo, todo absolutamente se había evaporado en mitad de la explosión. Solo quedaba polvo y ruinas.
Los objetos practicamente se habían desintegrado, los retratos y las cartas que me enviaron mis amantes ya no existian.
Trozos de cristales se me clavaban en los pies haciendome llorar. En la esquina de lo que había sido mi hogar se podía adivinar el esqueleto de un sillón, el mismo donde dormí y amé a mil mujeres.
El vello de mis brazos se erizaba por el frio del invierno nuclear, incluso dentro del traje especial.

Me senté y jugueteé con un resto de ladrillo que iluminaba la luna llena.
Entonces comencé a reirme.
Toda mi vida se había hecho añicos, todos mis recuerdos, todos mis amigos no eran mas que polvo radioactivo volando en un rayo de luna.
Estaba solo.

Me quité la escafandra y aspiré el aroma de la desolación.
La radiación no huele, ni duele ni se puede sentir, sin embargo percibí mentalmente el daño irreparable que alteraba la cromatina de mis células.
Me tumbé y comencé a contar las estrellas que había en el cielo por última vez.


Amores Imposibles

De amores imposibles esta lleno el mundo, y eso lo sabeis todos. Se me acaba de ocurrir este pequeño relato de un amor condenado al fracaso, y aún sabiendolo ambas partes, solo puedo decir "el corazón tiene razones que la razón no entiende", y "solo hay dos cosas infinitas en el mundo, el universo y la estupidez humana"

Aún siendo un relato de fantasía, pienso que muchos se sentirán identificados en cierto modo, pues el "carpe diem" rige este pequeño escrito. Como aclaración, son historias diferentes (es decir, no es la versión del mismo chico y la misma chica, sino que el chico es el puente entre las dos historias, aparece en ambas)

Espero que os guste :[


No me importa sucumbir a tus colmillos.

No me importa desangrarme si son tus labios los que me arrebatan la vida.

No me importa que te alimentes de mi alma.

No me importa que tú seas mi asesino.

Lo único que me importa es que llores después al tener mi cuerpo vacío entre tus brazos, que lamentes lo que hiciste en el mismo momento que el calor de mis manos se desvanezca entre la niebla de la noche, que quieras clavar un puñal en tu níveo pecho aún a sabiendas que será como llovizna sobre roca…

Y que el único recuerdo que te quede de mí sea una fría tumba de piedra cubierta por la hojarasca.

Entonces de nada servirán las flores crepitantes cubiertas por el rocío al lado de los tallos podridos de antiguos ramos, ni los besos en el mármol.

Pero ten por seguro que mis huesos huecos absorberán tus poesías si las recitas a su lado.

Y es que, muerta o no, siempre me gustaron.


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Tengo sed. Mucha sed.

Tus contoneantes caderas avanzando a mi lado son la tentación más grande que he encontrado en años. Tus cabellos ondeantes, la blancura de tu cuello… tengo sed.

Parece absurdo prolongar esta agonía, se que voy a matarte, antes o después, siempre ha pasado así. Que yo me enamore de alguien solo conlleva un efímero romance, unas notas rasgadas de violín a media noche, un baile de máscaras en la profundidad del bosque donde los líquenes vírgenes adornan los árboles. Que tú te enamores de mi solo conlleva firmar un contrato con la muerte.

Lo último que verás serán mis fríos labios sobre tus pechos, mis manos desprendiéndote de tus ropajes, siendo la luna única testigo.

Lo último que sentirás serán mis besos en la nuca, el latir de tus venas en las muñecas, mis mandíbulas apetitosas sometiendo tu vida… el último suspiro que tus pulmones arrojen al mundo será mío.

Y entonces, la soledad, el calor en mi cuerpo, la nada, tu cascarón vacío sobre las hojas del otoño, tu pelo derramándose entre los helechos y mi cuerpo muerto más humano que nunca. Recordaré tus caricias, tus palabras resonarán lejanas entre los árboles: “que importa la vida si no puedo estar entre tus brazos”

No contaba, querida, con que eras una humana, y tu raza se aferra a la vida con garras y dientes.

Amor, no sabes cuanto te ame en el momento en que clavaste esa estaca en mi carne fría, tu corazón palpitaba de una forma tan deliciosa, tu aliento sobre mi cara era tan cálido, ¡tus ojos! ¡Tus lágrimas!

¿Qué harás, ahora, amor? Soy inmortal… cuando renazca deentre mis cenizas, ¿volverás a amarme?

¡Cómo desearía que me acuchillaras de nuevo!

No obstante, temo tanto como ansío el día en que vuelva a verte, pues se, sin duda, que será el día de tu funeral.



PD: No me he basado en ninguna novela vampiril (mucho menos en "Crepus-cutre"), simplemente me encantan los vampiros y quería escribir algo sobre ese tema. No soy Anne Rice xD pero ojalá os haya gustado.

Plumas de fuego I

Capítulo 1

Perdió la razón una tarde de otoño mientras le observaba detrás de un árbol. Sus manos se crispaban sobre la corteza del árbol centenario mientras intentaba recordar su misión mentalmente, aunque parecía imposible.
Él era tan bello...

La luz trémula del bosque oscuro parecía ser absorbida por su presa, que caminaba flotando levemente sobre las hojas secas. Era blanco, perfecto. Sus ojos violetas refulgían tristes, voraces de amor, su cabello, largo hasta los tobillos era tan rojo como la sangre.
El asesino respiró sofocado, ¿como iba a matar a un ser tan magnífico? Recordó la recompensa, las monedas de oro que le permitirían vivir de una manera completamente diferente y la ascención en la Guardia personal de la Reina.
Tomó una flecha envenenada de su carcaj y tensó el arco. La flecha silbó rompiendo el silencio absoluto que reinaba en el lugar.

En el momento que el arma mortífera avanzaba, Él miró.

El tiempo dejó de ser un concepto abstracto en el momento que posó su mirada sobre el cazador: la flecha se detuvo en el aire mientras que las hojas subían desde el suelo formando dos alas marrones y pútridas, pero a la vez tan perfectas que dañaban la vista.

"Erik"_ oyó el muchacho en su cabeza, y la voz estaba tan dotada de hermosura que rompió a llorar.

Notó una fuerza aterradoramente fuerza que le impulsaba a mirarle.

"Erik"_ volvió a llamarle, y observó asombrado como este no había movido sus labios, unos labios apenas tintados de un rosa pálido_ "¿Por qué?"

El corazón se le encogió en el pecho cuando vio sus ojos violetas perlados por las lágrimas y los labios torcidos en una mueca de dolor, su mano derecha aferrandose el pecho como si... como si...

"Te quiero"_ quiso decir Erik, pero en el momento que intentó abrir sus labios el hechizo acabó y la flecha mordió la carne.

Un llanto se elevó en el bosque oscuro. Él comenzó a llorar, y cada lágrima prendía con llamas rojas las hojas secas y la corteza muerta. Sus alas se extendieron incendiando las agujas de los pinos y todo ser vivo que se pusiese a su alcance. Y allí, en su pecho niveo, la flecha envenenada, calcinandose.

-¡¡QUÉ HE HECHO!!_ gritaba Erik mientras observaba al sufriente, que lloraba postrado en el suelo mientras no dejaba de mirarle con una tristeza que rompía el alma.
El muchacho huyó cegado por el terror y el llanto desenfrenado, enganchandose con las espinas de las zarzas y las ramas de los árboles.

A la mañana siguiente despertó con un gran dolor de cabeza. Estaba recostado entre la hierba mullida y portaba el arco entre sus manos, llenas de cicatrices. Un olor a quemado impregnaba el aire, y entonces recordó todo lo que había pasado. Se dió la vuelta y lo contemplo todo aterrorizado.

TODO el bosque había ardido por completo, hectareas y hectareas de vegetación, dejando solamente los esqueletos de los árboles mordidos por el fuego.
Erik comenzó a sollozar mientras se aferraba el pecho, al igual que su presa había hecho la noche anterior. ¿Cómo era posible que el fuego no le hubiese devorado? Todo su alrededor estaba deserticamente muerto, menos un pequeño claro verde... el claro donde se había desmayado.
El dolor se su alma se hacía insoportable, le quemaba como si un tizón ardiente atravesara su pecho. Nunca se había sentido tan... impuro. ¿Cómo podía haber profanado algo tan bello?

Su sufrimiento se incrementaba por momento, deseaba arrancarse el corazón.
Se desvistió, quitandose el peto de cuero y miró sorprendido que era lo que causaba tan daño. Allí mismo pegada a su piel había una pluma roja, tan roja como la sangre. Había conseguido su misión.
Caminó hacia el palacio de la Reina llorando desconsoladamente, con la mano en el pecho y su ardiente vergüenza atravesandole el alma mientras todos los aldeanos le miraban moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de compasión.

-Allá va otro chico_ susurró una mujer mirandole con pena_ ¿Cuándo cesará esto?
No fueron pocas veces las que el muchacho cayó al suelo agotado por el dolor y la tristeza. En una ocasión un niño se le acercó con un cuenco de agua en la mano. Erik tomó el cuenco entre sus manos, pero la madre del niño corrió gritando y le dió un manotazo justo antes de que sus manitas rozaran la carne de Erik.

-¡¡NO!!_ gritó asustada mientras se lo llevaba en brazos_ ¡No lo toques! ¡Ahora esta maldito!

Con el movimiento, el agua se derramó entre el polvo y la tierra del camino. El muchacho lamió el barro, pero el agua se evaporaba nada más rozar sus labios.
Largo fue el camino, pero nada más llegar a la puerta de palacio todos comenzaron a apartarse. Los guardias lo observaban con miedo y desprecio, abriendo paso entre la multitud de sirvientes y nobles que se apostaban a su alrededor.

-Va a morir_ rió una joven de bucles dorados mientras ocultaba sus risa con un abanico emplumado de color rosa_ ¡Cómo el chico de la última vez!

-Alejate de él_ dijo su amiga morena que presentaba un descarado lunar al lado del labio a la vez que se recogía el faldón de su vestido violeta_ ¡Como te toque o tus hermosos zapatos se chamuscarán!

Erik se arrastraba por el suelo mientras lloraba y se aferraba el pecho con su mano derecha. Ni siquiera el mármol frío del suelo podía aliviarle la quemazón.
Finalmente consiguió subir unas escaleras color azabache talladas en ónix. Los guardias de palacio cortaban el camino con alabardas entrecuzadas, pero en el momento en que comenzó a avanzar las retiraron.
Entró en un salón de suelo blanco. Las paredes eran altas, de roca, y unos ventanales llenos de vidrieras lo adornaban. En el centro había un trono de ónix y plata, dos alas negras de piedra que se extendían rompiendo la pureza del blanco.
En el trono había una mujer, la Reina. Su cabello moreno caía hasta el suelo recogído por una tiara de platino. Un vestido de color blanco realzaba sus curvas. Era hermosa.
A su alrededor había catorce caballeros, todos armados con diversas armas que apuntaban al muchacho desde la lejanía. Sus armaduras plateadas estaban adornados por una capa roja.

-Acercaté_ dijo la Reina con frialdad.

Kevin se acercó sollozando al trono. Las armas de los demás apuntaron a su cuello.

-No avances más_ dijo un caballero debajo de su yelmo cuando llegó a los pies de la mujer.

-Kevin Drangelter, el hijo pequeño del Duque Drangelter... una familia cuya sangre noble esta prácticamente diluida. ¿No huyó tu hermano, Lord Gultier con una plebeya?

-Así es_ dijo Kevin con voz agotada.

-Y tu madre viuda no puede casar a tu hermana, ¿no es cierto?

Kevin asintió agotado.
La Reina rió atronadoramente.

-Que vergüenza... enviar a tu hijo a las puertas de la muerte para recuperar la honra_ se levantó del trono sin dejar de sonreir, y tomando un puñal en sus manos se acercó, poniendonse en cuclillas a su lado. Miró su pecho incandescente.

-Duele, ¿verdad?_ le dijo de manera cruel_ Es el precio que has de pagar por tu crimen. No te preocupes por tu madre y tu hermana, ¡menudas brujas! Un batallón de soldados está entrando ahora mismo en tu casa. Morirán esta noche "a mano de unos ladrones".

Kevin la miró con lágrimas en los ojos.

-Bien, se que tu llanto no va dirijido a ellas... no veo cariño en tus ojos. Solo quieres que paré, ¿verdad?

El muchacho asintió. La Reina se encogió de hombros, y con un movimiento certero le apuñaló en el pecho. Una nube de vapor salió de la raja, mientras que la pluma se desprendía suavemente.
El dolor comenzó a apagarse. Tres hombres con guantes de cuero y metal recogieron la ardiente pluma y se la llevaron. Kevin sollozó, ¡su pluma!

-Ey, ey, tranquilo... mirate la herida, no vas a morir.

En su pecho había una señal roja y palpitante, la silueta de la hermosa pluma.
Todos los guardias se quitaron la coraza ante sus ojos, y todos poseían la misma marca.

-Bienvenido a la Guardia de la Reina_ dijo la mujer con una sonrisa cruel_ Tú, maldito, me servirás y no cesarás de buscar lo que heriste por una simple pluma. No cesarás hasta traerme ese asqueroso Fénix.


Jinete


Escribí este pequeño relato en clase de farmacología. Se que el tema está explotado hasta la saciedad, pero me apetecía escribir algo sobre esto. No tiene nombre y no tengo intención de ponerselo, aunque acepto sugerencias.


Jinete, ¿por qué te vas?
Tú que cabalgabas asido en las largas crines de tu montura, con los cabellos flotantes y los ojos verdes perdidos en el horizonte, ¿por qué te marchas?
Tú que nos prometiste que ningún corcel te derribaría, que por muy bravo que fuese lo domarías con bridas y espuelas.
Pero, ay, jinete, semental albino te derribó en plena monta, no importó tu experiencia... ¿cómo no te distes cuenta que lo que antes montaste no eran más que simples y torpes mulas?
Los cascos poderosos cocearon tu cuerpo, convulsionando ante su relincho, la espuma de su boca cegó tus ojos mezclado con el albero del suelo.
¿Por qué partes?
Y entre crines de algodón yaciste, con la brida enrrollada en el brazo latiente y las espuelas clavadas en la carne, la frente perlada con su sudor espeso, arrastrado por el trotar incesante del caballo blanco.
Tus ojos se apagan fijos en el horizonte, cabalgando solo hacia un destino sin retorno.