Invierno frio, cruel,
noches de bruma ensoñadora,
retazos de cuerpos marchitos.
Regalos ardiendo en la chimenea,
jeringuillas y porquería en la alacena...
Un cuadro roto en la estantería,
colillas rancias en el cenicero de cristal.
Y tu, nene, no estás.
Me roe el tiempo y la desidia,
los cuerpos de ratas secas se amontonan alrededor del esqueleto de mi mecedora.
Enciendo un cigarrillo y miro con miedo el fuego,
dejando que se consuma, llenando mi piel acartonada
de aroma a nicotina.
Estoy más muerto que nunca.
El pelo rubio de una momia descansa a mi lado, mis cabellos (los que quedan) apenas son mechones cenicientos.
Las polillas vuelan a mi alrededor alimentandose de mis ropajes y de jirones de piel... ah... no importaba. Solo el sol podría roerme los huesos a esta altura.
Y apareces tú, como en una ensoñación. Debo de estar alucinando de nuevo.
Ay, ojalá pudiese arrancarme los oidos para dejar de oir los gritos de esa niña.
Ay, ojalá fueses real.
Mi Louis... mi eterno amor...
Pero, ¿realmente ha sido un sueño? Parecías tan real, mi conversación fue tan nítida. Tu aroma a sangre envejeciendo en tu pellejo parecía de verdad.
Estoy cansado. Escarbo en la tierra del cementerio, quiero dormir. Hasta pronto, Nueva Orleans, el sonido de un viejo violín aún resuena en mis pensamientos, como el espectro de una novia difunta.
Nos veremos dentro de unos años.
Lestat, oh, ¡Lestat! Un relato dedicado al principe de los Vampiros.
Y a tí también, niño, recuerdo difuminado de hombre... ¿por qué sigues ahí cuando yo ya he muerto?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario