martes, 19 de enero de 2010

Plumas de fuego I

Capítulo 1

Perdió la razón una tarde de otoño mientras le observaba detrás de un árbol. Sus manos se crispaban sobre la corteza del árbol centenario mientras intentaba recordar su misión mentalmente, aunque parecía imposible.
Él era tan bello...

La luz trémula del bosque oscuro parecía ser absorbida por su presa, que caminaba flotando levemente sobre las hojas secas. Era blanco, perfecto. Sus ojos violetas refulgían tristes, voraces de amor, su cabello, largo hasta los tobillos era tan rojo como la sangre.
El asesino respiró sofocado, ¿como iba a matar a un ser tan magnífico? Recordó la recompensa, las monedas de oro que le permitirían vivir de una manera completamente diferente y la ascención en la Guardia personal de la Reina.
Tomó una flecha envenenada de su carcaj y tensó el arco. La flecha silbó rompiendo el silencio absoluto que reinaba en el lugar.

En el momento que el arma mortífera avanzaba, Él miró.

El tiempo dejó de ser un concepto abstracto en el momento que posó su mirada sobre el cazador: la flecha se detuvo en el aire mientras que las hojas subían desde el suelo formando dos alas marrones y pútridas, pero a la vez tan perfectas que dañaban la vista.

"Erik"_ oyó el muchacho en su cabeza, y la voz estaba tan dotada de hermosura que rompió a llorar.

Notó una fuerza aterradoramente fuerza que le impulsaba a mirarle.

"Erik"_ volvió a llamarle, y observó asombrado como este no había movido sus labios, unos labios apenas tintados de un rosa pálido_ "¿Por qué?"

El corazón se le encogió en el pecho cuando vio sus ojos violetas perlados por las lágrimas y los labios torcidos en una mueca de dolor, su mano derecha aferrandose el pecho como si... como si...

"Te quiero"_ quiso decir Erik, pero en el momento que intentó abrir sus labios el hechizo acabó y la flecha mordió la carne.

Un llanto se elevó en el bosque oscuro. Él comenzó a llorar, y cada lágrima prendía con llamas rojas las hojas secas y la corteza muerta. Sus alas se extendieron incendiando las agujas de los pinos y todo ser vivo que se pusiese a su alcance. Y allí, en su pecho niveo, la flecha envenenada, calcinandose.

-¡¡QUÉ HE HECHO!!_ gritaba Erik mientras observaba al sufriente, que lloraba postrado en el suelo mientras no dejaba de mirarle con una tristeza que rompía el alma.
El muchacho huyó cegado por el terror y el llanto desenfrenado, enganchandose con las espinas de las zarzas y las ramas de los árboles.

A la mañana siguiente despertó con un gran dolor de cabeza. Estaba recostado entre la hierba mullida y portaba el arco entre sus manos, llenas de cicatrices. Un olor a quemado impregnaba el aire, y entonces recordó todo lo que había pasado. Se dió la vuelta y lo contemplo todo aterrorizado.

TODO el bosque había ardido por completo, hectareas y hectareas de vegetación, dejando solamente los esqueletos de los árboles mordidos por el fuego.
Erik comenzó a sollozar mientras se aferraba el pecho, al igual que su presa había hecho la noche anterior. ¿Cómo era posible que el fuego no le hubiese devorado? Todo su alrededor estaba deserticamente muerto, menos un pequeño claro verde... el claro donde se había desmayado.
El dolor se su alma se hacía insoportable, le quemaba como si un tizón ardiente atravesara su pecho. Nunca se había sentido tan... impuro. ¿Cómo podía haber profanado algo tan bello?

Su sufrimiento se incrementaba por momento, deseaba arrancarse el corazón.
Se desvistió, quitandose el peto de cuero y miró sorprendido que era lo que causaba tan daño. Allí mismo pegada a su piel había una pluma roja, tan roja como la sangre. Había conseguido su misión.
Caminó hacia el palacio de la Reina llorando desconsoladamente, con la mano en el pecho y su ardiente vergüenza atravesandole el alma mientras todos los aldeanos le miraban moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de compasión.

-Allá va otro chico_ susurró una mujer mirandole con pena_ ¿Cuándo cesará esto?
No fueron pocas veces las que el muchacho cayó al suelo agotado por el dolor y la tristeza. En una ocasión un niño se le acercó con un cuenco de agua en la mano. Erik tomó el cuenco entre sus manos, pero la madre del niño corrió gritando y le dió un manotazo justo antes de que sus manitas rozaran la carne de Erik.

-¡¡NO!!_ gritó asustada mientras se lo llevaba en brazos_ ¡No lo toques! ¡Ahora esta maldito!

Con el movimiento, el agua se derramó entre el polvo y la tierra del camino. El muchacho lamió el barro, pero el agua se evaporaba nada más rozar sus labios.
Largo fue el camino, pero nada más llegar a la puerta de palacio todos comenzaron a apartarse. Los guardias lo observaban con miedo y desprecio, abriendo paso entre la multitud de sirvientes y nobles que se apostaban a su alrededor.

-Va a morir_ rió una joven de bucles dorados mientras ocultaba sus risa con un abanico emplumado de color rosa_ ¡Cómo el chico de la última vez!

-Alejate de él_ dijo su amiga morena que presentaba un descarado lunar al lado del labio a la vez que se recogía el faldón de su vestido violeta_ ¡Como te toque o tus hermosos zapatos se chamuscarán!

Erik se arrastraba por el suelo mientras lloraba y se aferraba el pecho con su mano derecha. Ni siquiera el mármol frío del suelo podía aliviarle la quemazón.
Finalmente consiguió subir unas escaleras color azabache talladas en ónix. Los guardias de palacio cortaban el camino con alabardas entrecuzadas, pero en el momento en que comenzó a avanzar las retiraron.
Entró en un salón de suelo blanco. Las paredes eran altas, de roca, y unos ventanales llenos de vidrieras lo adornaban. En el centro había un trono de ónix y plata, dos alas negras de piedra que se extendían rompiendo la pureza del blanco.
En el trono había una mujer, la Reina. Su cabello moreno caía hasta el suelo recogído por una tiara de platino. Un vestido de color blanco realzaba sus curvas. Era hermosa.
A su alrededor había catorce caballeros, todos armados con diversas armas que apuntaban al muchacho desde la lejanía. Sus armaduras plateadas estaban adornados por una capa roja.

-Acercaté_ dijo la Reina con frialdad.

Kevin se acercó sollozando al trono. Las armas de los demás apuntaron a su cuello.

-No avances más_ dijo un caballero debajo de su yelmo cuando llegó a los pies de la mujer.

-Kevin Drangelter, el hijo pequeño del Duque Drangelter... una familia cuya sangre noble esta prácticamente diluida. ¿No huyó tu hermano, Lord Gultier con una plebeya?

-Así es_ dijo Kevin con voz agotada.

-Y tu madre viuda no puede casar a tu hermana, ¿no es cierto?

Kevin asintió agotado.
La Reina rió atronadoramente.

-Que vergüenza... enviar a tu hijo a las puertas de la muerte para recuperar la honra_ se levantó del trono sin dejar de sonreir, y tomando un puñal en sus manos se acercó, poniendonse en cuclillas a su lado. Miró su pecho incandescente.

-Duele, ¿verdad?_ le dijo de manera cruel_ Es el precio que has de pagar por tu crimen. No te preocupes por tu madre y tu hermana, ¡menudas brujas! Un batallón de soldados está entrando ahora mismo en tu casa. Morirán esta noche "a mano de unos ladrones".

Kevin la miró con lágrimas en los ojos.

-Bien, se que tu llanto no va dirijido a ellas... no veo cariño en tus ojos. Solo quieres que paré, ¿verdad?

El muchacho asintió. La Reina se encogió de hombros, y con un movimiento certero le apuñaló en el pecho. Una nube de vapor salió de la raja, mientras que la pluma se desprendía suavemente.
El dolor comenzó a apagarse. Tres hombres con guantes de cuero y metal recogieron la ardiente pluma y se la llevaron. Kevin sollozó, ¡su pluma!

-Ey, ey, tranquilo... mirate la herida, no vas a morir.

En su pecho había una señal roja y palpitante, la silueta de la hermosa pluma.
Todos los guardias se quitaron la coraza ante sus ojos, y todos poseían la misma marca.

-Bienvenido a la Guardia de la Reina_ dijo la mujer con una sonrisa cruel_ Tú, maldito, me servirás y no cesarás de buscar lo que heriste por una simple pluma. No cesarás hasta traerme ese asqueroso Fénix.


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